Tepoztlán
Tepoztlán es un pueblo en el centro-sur de México.
El pueblo funciona como asiento gubernamental del municipio del mismo nombre. La cabecera tiene una población de 14 130 habitantes, mientras la municipalidad cuenta con 46 946 habitantes, de acuerdo con el censo de 2017.
El pueblo es un destino turístico popular, debido a su cercanía con la Ciudad de México y su muy agradable clima.
Es famoso por los restos de la pirámide construida en la cima de la montaña el Tepozteco, y también por los exóticos helados preparados por la gente del pueblo, así como sus artesanías.
Tepoztlán es considerado como un lugar místico por sus leyendas y sus tradiciones que aún se respetan por los mismos habitantes, mucha gente lo visita ya que todo el año está lleno de festejos que la gente hace dependiendo el barrio en el que viva.
Una de las festividades más esperadas es el Día de Muertos en la que la gente sale con sus hijos a “pedir calaverita” llevando un tradicional chilacayote en forma de calavera.
Otro de los destinos que hace a Tepoztlán famoso es “el Dado”, una saliente de roca en forma de cubo que forma parte de un cerro ubicado en Meztitla.
A los pies del cerro, se encuentra una zona para campismo controlada por guardabosques y equipos de rescate en prevención de cualquier accidente.
Junto a “el Dado” hay otra saliente un poco más pequeña a la que la gente del pueblo y en especial los turistas llaman “el Dadito” esta igualmente tiene forma de cubo, sin embargo, no se aprecia de forma clara.
En esta zona se realizan actividades de montaña tales como rápel, escalar y largas caminatas. Así mismo, en época de lluvia, la cantidad de agua aumenta y se forma un río que atraviesa el cerro.
Tepoztlán fue nombrado “Pueblo Mágico” en 2002, pero perdió el título en 2009 por no cumplir con las reglas, en particular lo referente a la presencia de vendedores ambulantes. En 2010 Tepoztlán recuperó la categoría de Pueblo Mágico.
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La leyenda del Tepozteco
Cuenta la tradición oral que una doncella solía bañarse en el río Axitla. Se decía que en las barrancas “dan aires”, pero la doncella no lo creyó; y así, al cabo de un mes se supo encinta. La doncella se presentó a sus padres y, avergonzada, les confesó su embarazo.
Al nacer el niño, el abuelo hizo varios intentos para deshacerse de él. En una ocasión lo arrojó desde una gran altura contra unas rocas, pero el viento lo depositó en una llanura; en otra ocasión, fue dejado cerca de unos magueyes, pero al poco tiempo las pencas se doblaron hasta llegar a su boca, para darle de beber aguamiel.
En otro intento por deshacerse del niño, fue arrojado a hormigas gigantes pero estas, lejos de picarlo, lo alimentaron.
Cuenta también la leyenda que una pareja de ancianos oriundos del pueblo de San Juan Tlacotenco, descubrió al bebé abandonado, lo adoptó.
Se trataba de Tepoztécatl, posterior patrono de Tepoztlán. Muy cerca del hogar de Tepoztécatl vivía Xochicalco, una temida serpiente a la que los pobladores alimentaban mediante el sacrificio de ancianos.
Un día, los mandatarios del pueblo anunciaron al padre adoptivo de Tepoztécatl que debía ser sacrificado a esta serpiente.
Tepoztécatl se ofreció a acudir al sacrificio en lugar de su padre. Salió rumbo a Xochicalco, y en el camino fue juntando pequeños pedazos filosos de obsidiana, que iba guardando en su morral. Al llegar a Xochicalco se presentó ante la enorme serpiente que, de inmediato, lo devoró.
Dentro del vientre de xochicalco, Tepoztécatl utilizó las obsidianas y con ellos desgarró las entrañas de la temida serpiente.
Durante su viaje de regreso, pasó por una celebración en la que se utilizaban el teponaxtli, especie de tambor, y chirimía, (flauta).
Tepoztécatl deseó tocar estos instrumentos y, al verse impedido, envió una tormenta que arrojó arena a los ojos de todos. Cuando reaccionaron, el niño había desaparecido con los instrumentos: se oía a los lejos el sonido de ambos.
Lo persiguieron y cuando ya lo alcanzaban, se dice que orinó y formó así la garganta que atraviesa Cuernavaca.
Llegó a Tepoztlán y tomó posesión de los cerros más altos. Se posó sobre el cerro Ehecatépetl, y como no podían llegar a él, quisieron derribarlo, cortando la base.
Fue así como se formaron los “corredores del aire”. Tepoztécatl gozó de amplia consideración en su pueblo natal y fue designado Señor de Tepoztlán y sacerdote del Dios Ometochtli (Dos Conejo).
Pero años después desapareció, no se sabe si murió o se fue a otra parte, pero hay quienes dicen que se fue a vivir junto a la pirámide, para siempre.
La versión anterior corresponde al héroe épico Tepoztécatl, que en términos históricos se remonta hacia el fin del Periodo Clásico y del poder de Xochicalco.
Hay otras versiones del Tepozteco como la que describe a un hombre de apodo Tepoztón que nace de una lavandera y que termina trabajando en México-Tenochtitlan donde es convertido al catolicismo.
Sin ser tan glorioso el personaje como el anterior, cuenta con la proeza de haber sido el que colocó la campana de la catedral ayudado por el viento.
Como pago por su trabajo, se le dan tres cajas con la instrucción de que no las debe abrir, sin embargo, la curiosidad lo vence y al abrirlas deja escapar las aves que estaban adentro, símbolo de la riqueza y el bienestar del pueblo.
Algunos pobladores del lugar interpretan esto como el destino de que todos los recursos del lugar, incluyendo a aquellas personas que se cultivan y estudian, emigran del pueblo hacia otros lados.
La otra versión es la que se refiere al Tepozteco como un personaje que fue bautizado e iniciado a la religión católica el 8 de septiembre de 1532 en las aguas del río Axitla, al pie del cerro en que se encontraba la estatua de Ometochtli.
Un joven misionero de 22 años llamado Fray Domingo de la anunciación, bautiza al Tepozteco después de haber despeñado al ídolo que se encontraba en lo alto de la montaña y que era famoso y venerado por peregrinos que venían desde el reino de Chiapas y Guatemala.
Cuatro señores principales de los lugares vecinos: Yautepec, Oaxtepec, Tlayacapan y Cuauhnahuac acusan al Tepozteco de haber traicionado a sus dioses y lo vienen a retar al pueblo.
Este los vence de nuevo evocando lo sucedido en el banquete y con la fuerza de su discurso los convence de las bondades de la nueva religión.
De esta leyenda resaltemos que hablan de una de los cuatro elementos de la naturaleza: El aire, al que se le atribuye el pensamiento o la razón y vemos como aquí se resalta esta característica cuando el Tepoztécatl, gracias a su inteligencia, sale avante de toda situación difícil a la cual se enfrenta; bien se presume que es hijo de Quetzalcóatl, “Dios del viento”, lo cual permite ser protegido por Él en todo momento.
Como podemos apreciar en la lectura, los habitantes de la región son agradecidos con la naturaleza, por ello al aire, le atribuyen poderes tales como procrear un hijo poderoso y del sol dicen que cuando se va situando en diferentes posiciones, en realidad son las diferentes miradas del Tepoztécatl que regala a la población