Dioses de la cultura teotihuacana
Lo anterior se desprende de las representaciones que han quedado plasmadas a través de la pintura, la escultura en piedra, la cerámica y la arquitectura. La ciudad misma guardaba determinada orientación, acorde con el paso del sol y atendiendo a los rumbos del universo.
En relación con lo dicho, cabe preguntarse si ya desde aquel momento se concebía que cada rumbo del universo era presidido por un dios determinado.
Frente a la Pirámide de la Luna hay un edificio que nos recuerda la lámina del Códice Fejérváry-Mayer en la que están pintados los cuatro rumbos universales.
El conjunto tiene en su interior altarcillos colocados en forma diagonal que parecen indicar esta concepción del universo.
Por otra parte, los más imponentes edificios de Teotihuacan representan montañas sagradas que guardan en su interior corrientes de agua y la presencia de un elemento fundamental en el mundo prehispánico: la dualidad vida-muerte.
Todo estaba regido por los dioses. El ciclo agrícola, expresado con profusión en los murales teotihuacanos; los rituales para atraer el líquido vital; el sacrificio para tener contentos y en equilibrio a los dioses, todo nos indica que eran ellos los dadores de la vida y de la muerte.
Ya hemos señalado cómo muchos de estos dioses y de los rituales que acompañan determinadas festividades pudieron tener su inicio en Teotihuacan y pasar a culturas posteriores, que los hicieron suyos.
Al no contar con documentación escrita acerca de Teotihuacan, toda la información de que disponemos para tratar de conocer las deidades del panteón teotihuacano son los hallazgos de la arqueología. No hay que olvidar que Teotihuacan es una de las ciudades que más se han excavado a lo largo de los últimos si glos.
Estos trabajos nos han acercado al rostro de los dioses, pues muchos han sido los vestigios que de una u otra manera se refieren a ellos.
Creación de los hombres, los dioses tienden a tener las mismas virtudes y defectos que sus creadores. Veamos cómo concibió el hombre teotihuacano a los dioses de cuyas acciones dependía, en buena medida, su devenir en la tierra.
Uno de los dioses más antiguos que ha detectado la arqueología es el dios viejo y del fuego, conocido entre los nahuas como Huehuetéotl.
Recordemos que al sur de la ciudad de México se asentaba Cuicuilco, sitio que fue cubierto por la lava (como ya lo hemos referido). Allí se hallaron figuras de barro que muestran al dios anciano sentado con un enorme brasero sobre la cabeza.
Pensamos que este dios cobra presencia y es asociado al fuego desde momentos muy antiguos, por la relación que hay entre el volcán que arroja fuego por su boca, provoca movimientos de tierra y lanza su furia en forma de fumarolas, lava y ceniza. El brasero que porta sobre la cabeza representa el cráter por el que manan las incandescencias que tienen el poder de arrasar con el hombre.
De esta manera, el dios viejo y del fuego habita y es un volcán. El brasero sobre su cabeza era para colocar copal u otros elementos y prenderles fuego. Muy fuerte debió ser el impacto que provocó la desaparición de Cuicuilco por la acción devastadora del Xitle, pequeño cono volcánico no lejos de la zona arqueológica.
En Teotihuacan vuelve a aparecer la deidad en la misma posición sedente que en Cuicuilco. No hay duda de que el artista se inspiró en las figuras aquí encontradas.
La gran mayoría de los dioses viejos teotihuacanos se elaboró en piedra y lo muestran como un anciano encorvado con el enorme brasero sobre la cabeza, en donde puede verse una figura en forma de rombo que lo caracteriza. Una de las manos está abierta con la palma hacia arriba, en tanto que la otra se mantiene empuñada. Ambas descansan sobre las piernas.
Sabemos que a este dios, en culturas posteriores, se le consideraba habitante del centro del universo y por su sabiduría guardaba el equilibrio universal.
En ocasiones representa la dualidad por excelencia, expresada en Tonacatecuhtli y Tonacacíhuatl, señores de nuestro sustento. Quizá desde los lejanos tiempos de Teotihuacan pudo tener algunos de estos atributos.
Lo que sí es cierto es que se trata de un dios que perduró en el tiempo a lo largo de muchos siglos. Incluso en Tenochtitlan, capital azteca, se han encontrado figuras con las características ya descritas, pero asimiladas al muy particular estilo azteca.
La deidad que aparece más representada de diferentes maneras es el dios del agua, la lluvia, el relámpago y la fertilidad: Tláloc. Así tenía que ser en una sociedad que en mucho dependía de la agricultura para subsistir.
Los atributos del dios son de sobra conocidos: lleva una especie de anteojeras; tiene lengua bífida de serpiente y puede estar asociado a algún símbolo de fertilidad, como caracoles y conchas.
En algunas ocasiones aparece como parte del ciclo agrícola, en otras custodiando las semillas que alimentarán al hombre.
Su abrumadora presencia nos habla de la necesidad del ser humano de que la tierra produzca los alimentos indispensables.
De igual manera vemos a su esposa Chalchiuhtlicue, diosa de las aguas, identificada como tal en la enorme escultura de piedra que se encontró cerca de la Pirámide de la Luna.
La escultura, por demás imponente, quizá estuvo colocada en lo alto de esta pirámide. Por cierto, no sería extraño que la Pirámide del Sol estuviera dedicada a Tláloc, dado que los diferentes elementos encontrados en ella la asocian con las deidades del agua.
Estos elementos son los siguientes: corriente de agua dentro de la cueva sobre la que se construyó el edificio; esqueletos de infantes colocados en las esquinas de cada cuerpo del monumento según lo reporta Batres, pues sabemos que el sacrificio de niños era propicio para este dios.
A ello hay que agregar la corriente de agua que rodea a la pirámide y el simbolismo de la misma como montaña sagrada el altépetl, que guarda en su interior el agua para darla a los hombres.
Otros dioses presentes son el dios Gordo, con su rostro mofletudo, y Xipe-Tótec, el Señor Desollado, que vemos en pequeñas cabecitas de barro con ojos punzonados, o la escultura en barro del dios revestido con la piel humana.
A este dios se le relaciona con la primavera y con el rumbo oriente del universo, lugar por donde sale el sol, de ahí el predominio del color rojo como parte de sus atributos.
Una deidad que se ha prestado a discusión es Quetzalcóatl. Hay quienes piensan que como dios aparece después de la caída de Teotihuacan, más concretamente en Tula. Para otros, el dios está presente desde épocas muy tempranas y Teotihuacan no es la excepción.
Las cabezas de serpientes que aparecen en el llamado Templo de Quetzalcóatl en La Ciudadela, con la cabeza emergiendo de lo que parecen ser plumas, dio la pauta para asignarle ese nombre. Quienes aseguran que no se trata de esta deidad, dicen que lo que ocurre es que se trata de la serpiente como corriente de agua, rodeada de caracoles y conchas, como parte de Tláloc.
No sabemos a ciencia cierta quién tiene la razón; lo que sí es cierto es que la figura de la serpiente esculpida en el templo de La Ciudadela que algunos autores prudentemente llaman de la “Serpiente Emplumada” es una de las piezas mejor trabajadas y en la que el ingenio del escultor teotihuacano puso toda su sensibilidad de artista.
En relación con la muerte, hay figuras de cráneos esculpidos en piedra, que podrían hacer referencia al dios del mundo de los muertos.
Sabemos por otros mitos más tardíos que fueron los dioses quienes crearon el calendario, los días, los meses y los años, al mismo tiempo que formaban los diferentes niveles del universo y los lugares adonde irían los hombres después de la muerte.
Por lo tanto, ya desde Teotihuacan se tenía una concepción del inframundo y seguramente desde aquel instante estamos ante las ideas de los lugares que esperaban a los muertos.
Si la interpretación del mural de Tepantitla es correcta, allí estaría pintado uno de esos lugares: el Tlalocan o paraíso del dios del agua.
Se ha dicho que otras deidades están presentes en Teotihuacan. No falta quien asegure que hay representaciones de Yacatecuhtli, dios de los mercaderes.
No dudamos que dentro del amplio panteón teotihuacano hubiera muchas deidades más, aunque en ocasiones no es fácil precisar si en determinado mural, por ejemplo, lo que está pintado es un dios o el sacerdote que lo representa en la tierra.
Lo que sí es correcto es la gran cantidad de rituales, templos, adoratorios y enormes plazas en los que se llevaban a cabo las ceremonias en honor de los dioses.
Hay también piezas de cerámica, como los braseros-teatro, formados por una vasija sobre la que se colocaba una elaborada pieza consistente en un tubo que permitía la salida del humo del copal y al cual se adosaban placas con figuras de mariposas, aves, círculos y otros atributos, todos hechos en moldes, siendo el elemento central el rostro de lo que podría ser un dios.
De todo lo anterior podemos deducir algo importante sobre la cuestión que nos ocupa. En Teotihuacan nos hallamos ante una sociedad compleja en donde los dioses jugaban un papel relevante.
Todo nos lleva a ver la acción de ellos, desde la orientación de la ciudad hasta la ubicación de determinados templos y adoratorios con simbolismos expresos.
La cantidad de rituales y ceremonias patentes en los murales y las figuras de dioses relacionados con aspectos de nacimiento, vida y muerte, resultan de tal manera importante que nos hacen pensar que, al igual que en sociedades posteriores sobre las que tenemos información escrita como los aztecas o los mayas, los dioses fueron quienes crearon al hombre, lo dotaron de alimento y establecieron los principios básicos que se expresaron en una religiosidad que permeaba todos los ámbitos y hasta el último instante de la vida y de la muerte.