Alameda Central
La Alameda Central es un parque público del Centro Histórico de la Ciudad de México y por su antigüedad, la cual data del año 1592, se clasifica como el más antiguo jardín público de México y de América.
Se inspiró en la Alameda de Hércules de la ciudad de Sevilla, jardín público creado en 1574 y el más antiguo de España y de Europa.
El modelo sevillano fue seguido por otros creadores de jardines urbanos en España como la de Écija (Sevilla) de 1578 y la Alameda de los Descalzos de Lima, de 1611.
Está delimitada, al norte, por Avenida Hidalgo; al este, por la calle de Ángela Peralta, donde se encuentra el Palacio de Bellas Artes; al sur, por la Avenida Juárez; y al oeste, por la calle Doctor Mora.
Desde hace 400 años esta alameda es parte del paisaje urbano de la Ciudad de México. La fundación tuvo en un principio orígenes humildes, cuando el trazado de la ciudad que albergaría estaba recientemente definida, pero el virrey Luis de Velasco comprendió la importancia de dar a los pobladores de la capital de la Nueva España un lugar que al mismo tiempo fuera para «salida y recreación de los vecinos» sirviera de punto de encuentro de una sociedad que gustaba cada vez más lucir y ser reconocida en sus diferencias.
El 26 de noviembre del 2012 la Alameda Central fue reinaugurada después de 8 meses de trabajos. La remodelación incluyó la mejora de los parques, la plantación de nuevos árboles, y la restauración de fuentes y del Hemiciclo a Juárez.
Historia de la Alameda
Del nacimiento al siglo XVI
Alameda Central en 1848.
Vista panorámica desde la Alameda Central.
La petición del Marqués de Salinas realizada a principios de 1592, fijó el lugar para el emplazamiento, mismo que con algunas modificaciones aún conserva, un cuadrado dentro de lo que era la plaza o Tianguis de San Hipólito, al sur de la Calzada de Tacuba y enfrente de la iglesia y hospital de la Cofradía de la Santa Veracruz.
Tiempo después, a esta primera traza se agregaría una ampliación sobre el sitio donde estaba el Quemadero de la Santa Inquisición, dilatándose sobre las plazuelas de Santa Isabel y San Diego. Para lograr el efecto de parque se mandaron sembrar olmos blancos y negros, traídos de la villa de Coyoacán, y para completar este plan original, el sevillano Francisco de Avis diseño los jardines y se construyó una pila de cantera labrada que lucía como remate una esfera de bronce.
La Alameda estaba circundada por una ancha acequia (Canal donde circula agua de riego) que sirvió para evitar el paso de los visitantes indeseables, ya se tratara de personas o animales; esta acequia les ocasionó serios dolores de cabeza a los encargados de darle mantenimiento y desazolbe, razón de más para registrar el nombre de Francisco Vega como el primer guardabosque.
En sus inicios la entrada se realizaba por una sola puerta, al oriente, donde se encontraba la plaza de Santa Isabel.
Siglo XVII
El siglo XVII del barroco novohispano deja su impronta en las luces y sombras que acompañan el devenir de la Alameda, semejante a los retablos que pueblan las iglesias de este periodo.
Las dos inundaciones que destruirían los jardines, que fueron poblados con flores, y también los antiguos álamos, que serían sustituidos por fresnos; su traza se fue modificando, ahora tiene ocho calzadas, un número igual de prados y jardines y la fuente es en forma de tazón octogonal con un surtidor central.
También es significativo el hecho de que por primera vez la Alameda se menciona en una obra literaria gracias a la inspiración del poeta Arias de Villalobos; hacia 1625, el fraile inglés Tomas Gage hace una descripción donde señala que «Los galanes de la ciudad se van a divertir todos los días, sobre las cuatro de la tarde, unos a caballo y otros en coche, a un paseo delicioso que llaman La Alameda, donde hay muchas calles de árboles que no penetran los rayos del sol.
Se ven ordinariamente cerca de dos mil coches con Hidalgos, damas y de gente rica.
Los Hidalgos llevan una docena de esclavos africanos y otros con un séquito menos, pero todos los llevan con librea muy costosa, y van cubiertos de randas (Especie de encaje labrado con aguja o tejido; es más grueso y de nudos más apretados que los hechos con palillos), flecos, trenzas y moños de seda, rosas en los zapatos, y con el inseparable Espada al lado.
Las señoras van también seguidas de sus lindas esclavas que andan al lado de la carroza tan espléndidamente ataviadas como acabamos de decir, cuyas caras, en medio de tan ricos vestidos y de sus mantillas blancas, parecen como dice el refrán español: “moscas en leche”.
Es el siglo en que se dan grandes cambios en la Ciudad de México y la Alameda se ha convertido en el paseo más importante sitio de mascaradas, pero también de diversos personajes, como don Carlos de Sigüenza y Góngora y sor Juana Inés de la Cruz.
De la fama y fisonomía del jardín quedará constancia en las pinturas, hermosos biombos, de los cuales uno bellísimo de 1690 se puede apreciar en el Museo Franz Mayer y en un dibujo realizado en tinta y acuarela por el arquitecto Juan Gómez de Trasmonte en 1628.
La centuria se cierra con grandes desastres naturales como las plagas y epidemias y tocará a la nueva administración, generada por los Borbones, hacer manos a la obra, para que en el periodo siguiente, marcado por la Ilustración y las reglas del Neoclasicismo, sirvan de soporte ideológico para realizar los cambios convenientes que adaptan a La Alameda como el escenario adecuado para los eventos que atraían a los vecinos, forasteros y paseantes de diversos orígenes y niveles económicos.
Es el siglo del orden, del humanismo jesuita y de tonos afrancesados, pero también del descubrimiento de la mexicanidad.
Fuente en Alameda Central.
Siglo XVIII
La Alameda en el siglo XVlll
Siguiendo los preceptos clásicos, en 1770 el virrey Carlos Francisco de Croix impulsó la transformación de la vieja alameda, dándole un mayor tamaño al extenderla sobre las plazuelas de Santa Isabel y San Diego, se le agregan fuentes y plazoletas, así como rotondas menores.
El proyecto le fue encargado al capitán de infantería de Flandes Alejandro Dancourt quien no pudo terminarla, para que finalmente bajo la administración de Antonio María de Bucareli y Ursúa se diera por terminada. La forma y diseño son los que conocemos en la actualidad.
La descripción del poblano Juan de Viera se detiene en los detalles que adornan la fuente central, pero gracias al testimonio gráfico de José María de Labastida y a otras pinturas se puede establecer con bastante exactitud el aspecto de La Alameda:su forma rectangular, las puertas de mampostería, las glorietas y rotondas circulares, la pequeña acequia que la rodea, las blancas, cuatro fuentes con esculturas de personajes mitológicos y la central que representa a Glauco.
Hacia fines del Siglo XVIII, La alameda comparte honores con el Bosque de Chapultepec y el paseo Bucareli, que son también lugares muy concurridos y visitados por numerosos paseantes.